Apenas pasaron unos días desde aquel 12 de octubre de 1933 en el que Carmen Bueno perdiío la vida en un accidente de circulación.
Francisco Layna confesó haber perdido, con la muerte de su esposa, la otra mitad de su vida. Bajo el manto de flores, un año después de aquel suceso, gravó el nombre de su esposa en la lápida. Decidió que el día en el que él muriese fuese enterrado allí y llenó de simbolismos la sepultura, en el cementerio de Guadalajara: las dos columnas rotas, señal de su vida rota... El Gálata moribundo...
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