Corría el mes de agosto de 1921 cuando Francisco Layna y Carmen Bueno se marcharon de excursión a Mérida:
" Con los pies descalzos, erguido el talle, la mano en la cadera y sobre la cabeza enhiesta el rojo cántaro para agua, al pasar ante nosotros las muchachas del pueblo, dijo una a la otra:
- No es verdad que estos señoritos que deben ser de Madrid y recién casaos están para un retratino? Si me dejaran esa máquina que llevan les hacía uno.
- Si estás dispuesta, te lo agradeceré, muchacha -contesté-, yo prepararé la máquina y será el mejor recuerdo que llevamos de Mérida.
- Por mi si, señorito -replicó un poco ruborosa mientras se quitaba el cántaro de la cabeza.
Coloqué la máquina sobre el trípode, después de enfocar la dije como tenía que apretar el disparador, fui a mi sitio y aquella buena extremeña nos hizo un retrato que conservo. ¿Verdad Carmela mía que muchas veces al verlo hemos recordado con deleite aquel día de Mérida y después de darnos un beso prometimos volver?"
Es la historia de una foto, que nunca se pudo repetir.
Puedes conocer toda la historia en "Francisco Layna Serrano. El Señor de los Castillos. Otra historia de Guadalajara".
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